Descarga aquí el ensayo en PDF.
Fue un momento único, irrepetible de liderazgo del más alto nivel. Durante cuarenta días Moshé había estado en comunión con Dios, recibiendo de Él la Ley tallada en tablas de piedra. Entonces Dios le dijo que el pueblo había construido el Becerro de Oro. Por lo tanto, tuvo que destruirlas. Fue la peor crisis de los años del desierto, que obligó a Moshé a desplegar todas sus dotes de líder.
Primero, rogó a Dios que no destruyera al pueblo. Dios aceptó. Después bajó de la montaña y vio a los israelitas bailoteando alrededor del Becerro. Inmediatamente, destruyó las tablas. Quemó el Becerro, mezcló las cenizas con agua y les obligó a los israelitas a beberlo. Después, llamó al pueblo para que se uniera a él. Los Levitas acudieron al llamado y llevaron a cabo el sangriento castigo que costó la vida de tres mil personas. Luego Moshé nuevamente ascendió a la montaña y rezó durante cuarenta días y cuarenta noches. Más tarde permaneció otros cuarenta días con Dios mientras tallaba un nuevo juego de tablas. Por último, bajó de la montaña el diez de Tishrí llevando consigo las nuevas tablas, señal evidente de que el pacto con Dios seguía vigente.
Este fue un extraordinario despliegue de liderazgo, a veces audaz y decisivo, otras lento y persistente. Moshé tuvo que lidiar con ambas partes, induciendo a los israelitas a hacer teshuvá y a Dios a ejercitar el perdón. Ese momento resultó la evidencia más grande del nombre Israel, que significa el que lucha con Dios y las personas y prevalece.
La buena noticia es que alguna vez hubo un Moshé. Gracias a él, el pueblo sobrevivió. La mala noticia es: ¿qué pasa cuando no hay un Moshé? La Torá misma nos dice: “Ningún otro Profeta ha surgido en Israel como Moshé, a quien Dios conoció cara a cara.” (Deuteronomio 34:10)¿Qué hacer en ausencia de un liderazgo heroico? Ese es el problema que aqueja a toda nación, empresa, comunidad y familia. Es fácil pensar, “¿Qué haría Moshé?” Pero Moshé hizo lo que hizo porque fue lo que fue. Nosotros no somos Moshé. Ese es el problema que enfrenta todo grupo humano que alguna vez ha llegado a la grandeza. ¿Cómo hacer para evitar una lenta declinación?
La respuesta está en la parashá de esta semana. El día que Moshé descendió de la montaña con las segundas tablas sería inmortalizado cuando su aniversario se transformó en el día más sagrado del año, Iom Kipur. En este día el drama de la teshuvá y kapará, arrepentimiento y expiación, sería repetido cada año. Esta vez, sin embargo, la figura clave no sería Moshé sino Aarón, no el profeta sino el Sumo Sacerdote.
Es así como se perpetúa un evento transformador: convirtiéndolo en ritual. Max Weber llamó a esto la rutinización del carisma.[1] Un momento único-e-irrepetible se transforma en una ceremonia una-vez-y-para-siempre. Como lo expresó James McGregor Burns en su clásica obra Leadership: “El acto de liderazgo más duradero y tangible es la creación de una institución – nación, movimiento social, partido político, burocracia – que continúe ejerciendo el liderazgo moral y estimule el cambio social requerido, mucho después de la partida de los líderes creativos.”[2]
Existe un notable midrash en el que varios sabios proponen su idea de klal gadol ba-Torá, “el gran principio de la Torá.” Ben Azai dice que es este versículo “Este es el libro de las crónicas del hombre: en un día Dios creó al hombre, lo hizo a la imagen de Dios” (Génesis 5:1). Ben Zoma dice que hay un principio más abarcador: “Oye, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno.” Ben Nanas dice que hay un principio aún más amplio: “Ama a tú prójimo como a ti mismo.” Ben Pazi dice que hay uno aún más superador: “La primera oveja será ofrecida a la mañana y la segunda a la tarde.” (Éxodo 29:39) – o, como diríamos hoy en día, Shajarit, Minjá y Maariv. En una palabra: “rutina”. El pasaje concluye: La ley sigue a Ben Pazi.[3]
El significado de la opinión de Ben Pazi está claro: todos los ideales del mundo – el ser humano a semejanza de Dios, la creencia en la unicidad de Dios, el amor a nuestros semejantes – significan poco hasta que se tornen en hábitos de acción que se conviertan en hábitos del corazón. Todos podemos recordar momentos de introspección o epifanía en los cuales comprendimos súbitamente el significado de la vida, qué es la grandeza, y como quisiéramos vivir. Un día, una semana o como máximo un año más tarde la inspiración desfallece, se transforma en una memoria distante y quedamos igual que antes, sin cambio.
La grandeza del judaísmo es que le da espacio tanto al Profeta como al Sacerdote, a las figuras de inspiración por un lado y a las de la rutina diaria, por el otro – la halajá – que toman las visiones exaltadas y las transforman en patrones de comportamiento que reconfiguran el cerebro y cambian lo que sentimos y lo que somos.
Uno de pasajes más inusuales que he leído acerca del judaísmo, escrito por un autor no judío, fue en el libro de William Rees-Mogg sobre macroeconomía, The Reigning Error[4]. Rees-Mogg fue un periodista especializado en temas financieros que luego fue editor de The Times, presidente del Arts Council y vicepresidente de la BBC. Desde el punto de vista religioso, era profundamente católico.
Comienza el libro con un elogio completamente inesperado del judaísmo halájico. Y lo explica de esta manera. La inflación, dice, es una enfermedad de desorden, un fracaso de la disciplina, en este caso en relación con el dinero. Lo que hace único al judaísmo, continúa, es su sistema legal, que ha sido criticado erróneamente por los cristianos por ser fríamente legalista. En realidad, la ley judía fue esencial para la supervivencia judía porque “proveyó un estándar mediante el cual la acción podía ser testeada, una ley para la regulación de la conducta con enfoque en la lealtad y un límite para la energía de la naturaleza humana.”
Toda fuente de energía, notablemente la nuclear, necesita alguna forma de contención. Sin ella, se vuelve peligrosa. La ley judía siempre ha actuado como factor de contención de la energía espiritual e intelectual del pueblo judío. Esa energía “no ha simplemente estallado o se ha disipado; fue contenida como poder continuo.” Lo que poseen los judíos, argumenta, y de lo que carecen muchas economías modernas, es un sistema de autocontrol que permite que las economías florezcan sin incrementos ni caídas súbitas, sin inflación ni recesión.
Lo mismo pasa con el liderazgo. En Good to Great, el teórico de management Jim Collins, plantea que lo que tienen en común las grandes compañías es la cultura de la disciplina. En Great by Choice utiliza la frase “la Marcha de las 20 Millas” señalando que esas organizaciones sobresalientes hacen proyecciones para la maratón, no para la carrera rápida. La confianza, dice, proviene “no de discursos motivadores, inspiración carismática, reuniones con entusiasmo desbordado, optimismo infundado o esperanza ciega.”[5] Viene de hacer lo necesario, día tras día, año tras año. Las grandes empresas utilizan disciplinas que son específicas, metódicas y consistentes. Alientan a su gente a practicar la autodisciplina y la responsabilidad. No reaccionan desmedidamente ante el cambio, ya sea bueno o malo. Tienen la mirada en el horizonte lejano. Y sobre todo, no dependen de líderes heroicos y carismáticos que a lo sumo pueden elevar la compañía por un tiempo pero no la proveen de la fortaleza profunda necesaria para el éxito a largo plazo.
La instancia clásica de los principios articulados por Burns, Rees-Mogg, y Collins se ve en la transformación ocurrida entre Ki Tisá y Ajarei Mot, entre el primer Iom Kipur y el segundo, entre el liderazgo heroico de Moshé y la silenciosa y sutil disciplina sacerdotal en el día de arrepentimiento y expiación anual.
Transformar los ideales en códigos de acción que moldean los hábitos del corazón es de lo que trata el judaísmo y el liderazgo. Nunca pierdas la inspiración de los Profetas, pero tampoco la rutina que transforma los ideales en actos, y los sueños en realidades concretas.

- ¿Cómo ves la ley judía como factor de contención de la energía espiritual e intelectual del pueblo judío?
- ¿Te ha sorprendido el principio de Ben Pazi como el más grande de la Torá? ¿tiene sentido para ti?
- ¿Cómo puedes encontrar inspiración en la rutina y los rituales de la vida diaria?
[1] See Max Weber, Economy and Society (Oakland, Calif.: University of California Press, 1978), 246.
[2] James MacGregor Burns, Leadership (New York: Harper, 1978), 454.
[3] El pasaje es citado en la Introducción al comentario HaKotev al libro Ein Yaakov, una recolección de pasajes agádicos del Talmud. También es citado por el Maharal en Netivot Olam, Ahavat Rea 1
[4] William Rees-Mogg, The Reigning Error: The Crisis of World Inflation (London: Hamilton, 1974), 9–13.
[5] Jim Collins, Good to Great (New York: HarperBusiness, 2001); Great by Choice (New York: HarperCollins, 2011), 55.
Traductores
Carlos Betesh
Editores
Abraham Maravankin