Rabino Sacks Behaalotejá 5777 – Liderazgo, más allá de la desesperación

Traductor: Carlos Betesh

Editor: Ben-Tzion Spitz

Liderazgo, más allá de la desesperación

Behaalotejá –  2017 / 5777

Rabino Sacks Behaalotja 5777 [PDF]  

En el Tanaj, la Biblia hebrea, llama la atención el extremo realismo con el que se retrata el carácter humano. Sus héroes no son superhombres ni son sus villanos los arquetípicos malvados. Los mejores tienen sus fallas; los peores frecuentemente tienen virtudes que los salvan. No conozco ninguna otra literatura religiosa que,  en este aspecto, se le asemeje.

Eso hace que sea muy difícil utilizar la narrativa bíblica para enseñar la ética de manera sencilla y concreta. Y es por eso – agrega R. Zvi Hirsch Chajes (Mevo Ha-Aggadot) – que el midrash rabínico con frecuencia reinterpreta sistemáticamente los textos para que lo bueno resulte completamente bueno y lo malo realmente malo. Por razones elementales de enseñanza, el midrash pinta la vida moral en blanco y negro.

Pero el sentido común prevalece (“Un pasaje bíblico nunca pierde su interpretación sencilla” Shabat 63a), y es importante tener eso en cuenta. Es como si el monoteísmo trajera consigo un profundo humanismo. El Dios de los hebreos no tiene parecido alguno con los dioses míticos. Estos eran semi-humanos y semi-divinos. El resultado es que en la literatura épica de las culturas paganas, los héroes humanos eran como dioses: semi-divinos.

Como fuerte contraste, el monoteísmo crea una distinción neta entre Dios y la humanidad. Si Dios es plenamente Dios, entonces los seres humanos pueden ser plenamente humanos – una combinación sutil y compleja de fortaleza y debilidad. Nos identificamos con los héroes bíblicos porque a pesar de su grandeza, nunca dejan de ser humanos, ni aspiran a ser otra cosa que eso. De ahí el fenómeno del cual la parashá de Behaalotejá presenta un singular ejemplo: la vulnerabilidad de algunos de los líderes religiosos más grandes de todos los tiempos a la desesperación y la depresión.

El contexto es decididamente familiar: los israelitas se quejan de los alimentos:

“Los insatisfechos de entre ellos comenzaron a clamar por otra comida, y nuevamente los israelitas empezaron a protestar diciendo ‘Si sólo tuviéramos carne para comer! Recordamos los peces que comíamos gratuitamente en Egipto – y también pepinos, melones, puerros, cebollas y ajo. Pero ahora hemos perdido el apetito; no vemos nada más que este maná!’” (Num. 11: 4-6).

Esto no es nuevo. Lo hemos escuchado antes (ver por ej. Ex. 16). Pero en esta ocasión Moshé experimenta lo que sólo  puede denominarse una crisis: le preguntó al Señor:

“Por qué has traído este problema a Tu siervo? Qué he hecho yo para disgustarTe, que has puesto la carga de todo este pueblo sobre mí? Concebí yo a toda esta gente? Les di yo la vida?…No puedo cargar con todo este pueblo yo solo; el peso es demasiado para mí. Si esta es la forma en que Me vas a tratar, mátame ahora mismo – si he hallado favor en Tus ojos – y no permita que yo contemple mi propia ruina.” (Num. 11:11-15)

Moshé rogando por la muerte! Tampoco es el único caso en el Tanaj. Hay por lo menos tres más. Está Elijá, al que después de su confrontación exitosa con los profetas de Baal en el Monte Carmel, la reina Jezabel lo condena a muerte:

Elijá tuvo miedo y huyó por su vida. Cuando llegó a Beersheva en la tierra de Judá, dejó ahí a su sirviente mientras él partió rumbo al desierto por una jornada. Llegó a un árbol de paja, se sentó a su sombra y rogó poder morir. “He tenido suficiente, Señor”, dijo, “Toma mi vida; no soy mejor que mis antepasados.”(1 Reyes 19: 3-4).

 Joná estaba muy disgustado y se enojó. Rogó a Dios:

“Oh, Señor, no fue esto lo que dije cuando estaba aún en mi casa? Fue por eso que huí rápidamente a Tarshish. Yo sabía que era un Dios pleno de gracia y misericordia, tardío en la ira y abundante de amor, un Dios que se abstiene de enviar calamidades. Ahora, Oh Dios, quítame la vida, porque es mejor para mí morir que vivir.” (Joná: 4: 1-3)

 Y está Jeremías, después de que el pueblo no aceptara su mensaje y lo humilló públicamente:

“Oh Dios, Me has persuadido y yo me dejé persuadir, Me has dominado y has prevalecido. Me ridiculizan a diario; todos se mofan de mí… La palabra del Señor me ha traído insulto y reproche todo el día…Maldito el día en que nací! Que el día que fui parido por mi madre no sea bendecido! Maldito el hombre que le llevó la noticia a mi padre, que lo hizo muy feliz diciendo “Has tenido un hijo – un varón!…Por qué habré salido del vientre para ver problemas y penas y el fin de mis días en vergüenza?” (Jer. 20: 7-18)

Lehavdil elef havdalot, ninguna intención en comparar los héroes del Tanaj con los héroes políticos del mundo moderno. Tienen tipología diferente, viven en épocas distintas, funcionan en otras esferas. Pero encontramos fenómenos similares en una de las grandes figuras del siglo XX, Winston Churchill. A lo largo de gran parte de su vida tuvo períodos de depresión aguda. Lo llamaba “el perro negro”. Le dijo a su hija, “He logrado una gran cantidad de cosas, y al final, nada”. Le dijo a un amigo que “ruego morir día tras día”. En 1944 le confió a su médico, Lord Moran, que él trataba de mantenerse alejado de la plataforma del tren o del borde de una nave para no estar tentado por el suicidio. “Un segundo de desesperación y todo concluiría”  (citas tomadas del libro Churchill’s Black Dog de Anthony Storr).

Por qué motivo los más grandes se sienten tan frecuentemente invadidos por una sensación de fracaso? Storr, en el libro anteriormente citado propone enfoques psicológicos creíbles. Pero en el nivel más elemental vemos algunas propiedades compartidas, al menos entre los profetas bíblicos: un apasionado deseo de cambiar el mundo, combinado con una profunda sensación de falta de adecuación personal. Moshé expresó: “Quién soy yo…como para liderar a los israelitas para salir de Egipto?”

(Ex. 3:11). Jeremías dice: “Yo no puedo hablar, soy sólo un niño” (Jer. 1:6). Joná trata de huir antes de encarar su misión. El mismo sentido de responsabilidad que lleva al profeta a escuchar el llamado de Dios, también lo puede conducir a culparse cuando los que lo rodean hacen caso omiso del mismo llamado.

Pero es esa misma voz interna la que ulteriormente contiene la solución. El profeta no cree en sí mismo, cree en Dios. No lleva a cabo su liderazgo por verse a sí mismo como conductor, sino porque ve la tarea que debe ser realizada y que nadie más que él está dispuesto a hacerlo.  Su grandeza yace no en él mismo sino más allá de sí: en su sensación de ser llamado a una tarea que debe hacer por más inadecuado que sepa que es él para realizarla.

La desesperación puede ser parte del liderazgo. Porque cuando el profeta se siente rechazado, vilipendiado, criticado; cuando sus palabras caen en terreno estéril; cuando ve que la gente oye lo que desea oír y no lo que debe – es ahí donde las últimas capas del ser se disipan, dejando sólo la tarea, la misión, el llamado. Cuando esto ocurre, nace una nueva grandeza. Ya no interesa que el profeta no sea popular ni que no le hagan caso. Lo único que cuenta es el trabajo y El que lo eligió a hacerlo. Es ahí cuando el profeta arriba a la verdad señalada por el Rab. Tarfón: “No es para ti el completar la tarea, pero tampoco estás libre de evitar hacerla” (Avot 2: 16).

Nuevamente, sin intentar equiparar lo sagrado con lo secular, finalizo con palabras expresadas por Teodoro Roosevelt (en un discurso pronunciado en la La Sorbonne en París, el 23 de abril de 1910) que conjuga tanto el desafío como el consuelo del liderazgo en cadencias de elocuencia atemporal:

No es el crítico el que cuenta, No el hombre que señala cómo tropieza el hombre fuerte, O dónde el que hizo las cosas pudo haberlo hecho mejor. El crédito le corresponde al hombre que está realmente en el campo, Cuyo rostro está surcado por sudor, polvo y sangre, Que lucha con valentía, Que yerra y queda corto una y otra vez – Porque no hay esfuerzo sin error ni limitación; Pero el que realmente lucha por sus hechos, El que conoce grandes entusiasmos, grandes devociones, Que se esfuerza por una causa valedera, Que contempla al final el triunfo de un gran logro, Y que, en el peor de los casos, si falla, por lo menos lo hace con gran valentía, Para que su lugar nunca esté con esas almas tímidas y frías que no conocen triunfo ni derrota.

El liderazgo para una causa noble puede traer desesperanza. Pero también es su cura.

 

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