Traductor: Ana Barrera
Editor: Marcello Farias
Libre Albedrío
Vaera – 2015 / 5775
Rabino Sacks Vaera 5775 [PDF]
La pregunta es antigua. Si Dios le endureció el corazón al faraón, entonces fue Dios quien hizo al faraón rehusarse a dejar ir a los israelitas, no el faraón mismo. ¿Cómo puede ser esto justo? ¿Cómo puede estar bien castigar al faraón y a su pueblo por una decisión – una serie de decisiones – que no fueron hechas de manera libre por el faraón? El castigo presupone culpa. La culpa presupone responsabilidad. La responsabilidad presupone libertad. Nosotros no culpamos pesos por caer o al sol por brillar. Las fuerzas naturales no son elecciones hechas reflexionando en alternativas. Solo el Homo Sapiens es libre. Llévate esa libertad y te llevaras nuestra humanidad. ¿Cómo entonces se puede decir, como así lo hace nuestra parsha, (Ex. 7:3) que Dios (1) endureció el corazón del faraón?
Todos los comentadores son ejercitados por esta cuestión. Maimónides y otros notan un rasgo llamativo de la narrativa. Para las primeras cinco plagas leemos que el faraón mismo endureció su corazón. Solo después, durante las últimas cinco plagas, leemos que Dios endureció el corazón del faraón. Las últimas cinco plagas fueron entonces un castigo para las primeras cinco veces que el faraón se rehusó libremente por sí mismo (2).
Un segundo enfoque, en precisamente la dirección opuesta, es que durante las últimas cinco plagas Dios intervino no para endurecer sino para fortalecer el corazón del faraón. Actuó para asegurarse que el faraón conservara su libertad y no la perdiera. Tal es el impacto de las plagas que en un curso normal de los eventos un líder nacional no habría tenido opción más que rendirse a una fuerza superior. Como los consejeros del faraón lo dijeron antes de la octava plaga, “No te das cuenta que Egipto está destruido.” Rendirse en ese punto habría sido un acto de coacción, no un cambio genuino de corazón. Tal es el enfoque de Yosef Albo (3) y Ovadiah Sforno (4).
Un tercer enfoque llama a la cuestión del propio significado de la frase, “Dios endureció el corazón del faraón”. En un profundo sentido Dios, autor de la historia, esta detrás de cada evento, cada acto, cada ráfaga de viento que sopla, cada gota de lluvia que cae. Normalmente sin embargo no le atribuimos acciones humanas a Dios. Nosotros somos lo que somos porque así es como hemos elegido ser, incluso si esto fue escrito mucho antes en la divina escritura para la humanidad. ¿Qué atribuimos a un acto de Dios? Algo que es inusual, cayendo tan lejos de las normas del comportamiento humano que encontramos muy difícil explicar de otra manera que decir, seguramente pasó por un propósito.
Dios mismo dice sobre la obstinación del faraón, que le permitió demostrar a toda la humanidad que incluso el más grande imperio no tiene poder contra la mano del Cielo. El faraón actuó libremente, pero sus últimas negativas fueron tan extrañas que era obvio para todos que Dios lo había anticipado. Era predecible, parte de la escritura. Dios se lo había dicho a Abraham siglos antes cuando le dijo en una visión temerosa que sus descendientes serían extraños en tierras que no serían las propias (Gen. 15: 13-14).
Estas son todas interpretaciones interesantes y plausibles. Me parece a mí, que la Torah está contando una historia más profunda y una que nunca pierde relevancia. Los filósofos y científicos han tendido a pensar en términos abstractos y universales. Algunos han concluido que nosotros tenemos libre albedrío, otros que no. No hay un espacio conceptual en el medio.
En la vida, sin embargo, esa no es la manera en la que la libertad funciona. Consideremos la adicción. Las primeras veces que fumas un cigarro o bebes alcohol o tomas drogas, lo haces libremente. Conoces los riesgos, pero los ignoras. Conforme pasa el tiempo, la dependencia aumenta hasta que el anhelo es tan intenso que casi no puedes resistirlo. En un punto es posible que tengas que ir a rehabilitación. Ya no está solo en ti tener la habilidad de parar. Como dice el Talmud, “Un prisionero no puede liberarse a sí mismo de prisión” (5).
La adicción es un fenómeno físico. Pero hay equivalentes morales. Por ejemplo, suponer sobre una significante ocasión, dices una mentira. La gente ahora cree algo sobre ti que no es verdad. Al preguntarte sobre eso, o surge en la conversación, puedes encontrarte teniendo que decir más mentiras para soportar la primera. “Oh qué red tan enredada tenemos”, dijo Walter Scott, “cuando practicamos primero el engaño”.
Eso es lo que concierne a los individuos. Cuando concierne a organizaciones, el riesgo es aún mayor. Digamos que un miembro antiguo del staff ha hecho un error costoso que, si se expone, amenaza por completo el futuro de la compañía. El hará un intento por cubrirlo. Al hacerlo requiere la ayuda de otros, que se convierten en sus co-conspiradores. Al irse agrandando el círculo de engaño, se convierte en parte de la cultura corporativa, haciendo aún más difícil para las personas honestas dentro de la organización resistir o protestar. Entonces se necesita el raro coraje de un soplón para exponer y poner un alto al engaño. Ha habido muchas historias en años recientes (6).
Dentro de las naciones, especialmente las no-democráticas, el riesgo es aún mayor. En las empresas comerciales, las pérdidas pueden ser cuantificadas. Alguien en algún lugar sabe cuánto se ha perdido, cuántas deudas se han excusado y dónde. En la política, no hay una prueba tan objetiva. Es sencillo reclamar que una política está funcionando y explicar aparentes contra-indicadores. Una narrativa emerge y se convierte en una sabiduría recibida. El cuento de Hans Christian Anderson El traje nuevo del emperador, es la clásica parábola de este fenómeno. Un niño ve la verdad y en su inocencia lo anuncia, rompiendo la conspiración de silencio por parte de los consejeros del rey.
Nosotros perdemos nuestra libertad gradualmente, a menudo sin notarlo. Eso es lo que la Torah ha estado implicando casi desde el inicio. La clásica declaración de libre albedrío aparece en la historia de Caín y Abel. Viendo que Caín está enojado y que su ofrecimiento no ha encontrado favor, Él le dice: “Si tú haces lo que es correcto, ¿no serás aceptado? Pero si tú no haces lo que es correcto, el pecado está tocando en tu puerta; desea tenerte, pero debes gobernar sobre el pecado” (Génesis 4:7). Mantener el libre albedrío, especialmente en un estado de altas emociones como el enojo, necesita fuerza de voluntad. Como hemos notado antes en estos estudios puede haber lo que Daniel Goleman llama un ‘secuestro de amígdala’ en la que la reacción instintiva toma el lugar de la decisión reflexiva y hacemos cosas que son dañinas para nosotros, así como para otros (7). Esa es la amenaza emocional para la libertad.
Entonces hay una amenaza social. Después del Holocausto, se llevaron a cabo una serie de experimentos para juzgar el poder de la conformidad y la obediencia a la autoridad. Solomon Asch condujo una serie de experimentos en los que ocho personas fueron reunidas en un salón y se les demostró una línea, entonces preguntaron cuál de los otros tres era del mismo largo. Sin saberlo el octavo, los otros siete eran socios del experimentador y estaban siguiendo sus instrucciones. En varias ocasiones los siete dieron una respuesta que era claramente falsa, aun así, en el 75% de los casos los octavos estaban dispuestos a dar una respuesta, en conformidad con el grupo, que sabían era falsa.
El psicólogo de Yale Stanley Milgram demostró que individuales normales estaban dispuestos a infringir lo que parecían ser choques eléctricos devastadoramente dolorosos a alguien en un cuarto adyacente cuando eran instruidos a hacerlo por una figura de autoridad, el experimentador (8). El experimento de la Prisión de Stanford, conducido por Philip Zimbardo, dividió a los participantes en roles de prisioneros y guardias. A los pocos días los ‘guardias’ estaban actuando cruelmente y en algunos casos abusivamente contra los prisioneros y el experimento, planeado a durar al menos quince días, tuvo que ser cancelado después de seis días (9).
El poder del conformismo, como estos experimentos demostraron, es inmenso. Que es por lo que creo que le dijeron a Abraham que dejara su tierra, su lugar de nacimiento y la casa de su padre. Estos son los tres factores – cultura, comunidad y primera infancia – los que circunscriben nuestra libertad. Los judíos a través de las eras han estado dentro pero no en sociedad. Ser judío significa mantener una distancia calibrada de la era y de sus ídolos. La libertad necesita tiempo para hacer decisiones pensativas y distancia de modo que no se enrole en la conformidad.
Más trágicamente está la amenaza moral. Algunas veces olvidamos, o incluso no sabemos, que las condiciones de la esclavitud que experimentaron los israelitas en Egipto fueron a menudo sentidas por los mismos egipcios. La gran pirámide de Giza, construida más de mil años antes del Éxodo, incluso antes del nacimiento de Abraham, redujo Egipto a una colonia de trabajo de esclavos por veinte años (10). Cuando la vida se convierte en algo barato y las personas son vistas como medios y no como un fin, cuando los peores excesos son excusados en el nombre de la tradición y los gobernantes tienen poderes absolutos, entonces la consciencia se erosiona y la libertad se pierde porque la cultura ha creado un espacio aislado en el que el llanto de los oprimidos ya no puede ser escuchado.
Eso es lo que la Torah quiere decir cuando dice que Dios endureció el corazón del faraón. Esclavizando a otros, el faraón mismo se convirtió en esclavo. Se convirtió en un prisionero de los valores que él mismo había esposado. La libertad en el sentido más profundo, la libertad de hacer lo justo y lo bueno, no se da. La adquirimos, o la perdemos gradualmente. Al final los tiranos provocan su propia destrucción, mientras que aquellos con fuerza de voluntad, valor y la voluntad de ir en contra del consenso, adquieren una libertad monumental. Eso es lo que es el judaísmo: una invitación a la libertad resistiendo los ídolos y las llamadas de las sirenas de la época.
(1) Tres diferentes verbos son usados en la narrativa para indicar endurecimiento del corazón: k-sh-h, j-z-k y k-b-d. Tienen diferentes matices: la primera significa ‘endurecer’, la segunda ‘fortalecer’, y la tercera ‘hacer pesado’.
(2) Maimonides, Hilkhot Teshuvah 6: 3.
(3) Albo, Ikkarim, IV, 25.
(4) Comentario a Ex. 7: 3.
(5) Berakhot 5b.
(6) En Enron, ver Bethany McLean and Peter Elkind. El Chico más Inteligente en el Salón: El Asombroso Levantamiento y Escanadolsa Caída de Enron – The Smartest Guys in the Room: The Amazing Rise and Scandalous Fall of Enron. New York: Portfolio, 2003.
(7) Daniel Goleman, Inteligencia Emocional – Emotional Intelligence. New York: Bantam, 1995.
(8) Stanley Milgram, Obediencia y Autoridad: Un experimento – Obedience to Authority: An Experimental View. New York: Harper & Row, 1974.
(9) Philip G. Zimbardo, El Efecto Lucifer: Entiendo Como Buenas Personas se Hacen Malas – The Lucifer Effect: Understanding How Good People Turn Evil. New York: Random House, 2007.
(10) Ha sido calculado, en base a un día de trabajo de 10 horas, que un bloque gigante de piedras pesando más de una tonelada, hubiera sido transportado al lugar cada dos minutos de cada día por veinte años.