Traductor: Ana Barrera
Editor: Marcello Farias
El génesis de la justicia
Bereshit – 29 de octubre, 2014 / 27 Tishrei 5775
Rabino Sacks Bereshit 5775 [PDF]
Hay palabras que cambian el mundo, ninguna más que las dos oraciones que aparecen en el primer capítulo de la Torah:
Entonces dijo Dios, “Hagamos a la humanidad a nuestra imagen, a nuestra semejanza, para que gobiernen sobre los peces en el mar y los pájaros en el cielo, sobre el ganado y todos los animales salvajes, y sobre todas las criaturas que se mueven sobre el suelo”.
Entonces Dios creó a la humanidad en Su propia imagen, en la imagen de Dios Él los creó; hombre y mujer Él los creó.
La idea expuesta aquí es quizás la más transformadora en toda la historia de la moral y pensamiento político. Está en la base de la civilización del Occidente con su énfasis único en el individuo y en la igualdad. Está detrás de las palabras de Thomas Jefferson en la Declaración de Independencia americana, “Nosotros tomamos estas verdades para ser evidentes, que todos los hombres son creados iguales y son dotados por su Creador con ciertos derechos inalienables…”. Estas verdades son cualquier cosa menos evidentes. Podrían haber sido vistas como absurdas por Platón quien sostenía que la sociedad debería estar basada en el mito de que los humanos están divididos en personas de oro, plata y bronce y que es esto lo que determina su status en la sociedad. Aristóteles creía que algunos nacen para gobernar y otros para ser gobernados.
Las elocuciones revolucionarias no trabajan su magia de la noche a la mañana. Como Maimónides explicó en La Guía de los Perplejos, a las personas les toma un tiempo largo cambiar. La Torah trabaja en el medio del tiempo. No abolió la esclavitud, pero puso en movimiento una serie de desarrollos – más notablemente el Shabbat cuando todas las jerarquías del poder fueron suspendidas y los esclavos tenían un día de libertad a la semana – que estaban ligados a dirigir su abolición en el curso del tiempo. Las personas son lentas para entender la implicancia de las ideas. Thomas Jefferson, campeón de la igualdad, era dueño de esclavos. La esclavitud no fue abolida en los Estados Unidos hasta los 1860’s y no sin una guerra civil. Y como lo hizo notar Abraham Lincoln, los defensores de la esclavitud así como sus críticos citaban a la Biblia en su causa. Pero eventualmente la gente cambió, y lo hicieron por el poder de las ideas, plantadas hace mucho en la mente Occidental.
¿Qué es lo que se dice exactamente en el primer capítulo de la Torah? La primera cosa a notar es que no es una expresión aislada, una cuenta sin contexto. Es de hecho una polémica, una protesta, contra una cierta forma de entender el universo. En todos los mitos antiguos era explicado en términos de batallas de los dioses en su lucha por el dominio. La Torah descarta esta forma de pensar total y absolutamente. Dios habla y el universo llega a existir. Esto de acuerdo al gran sociólogo del siglo XX Max Weber era el fin del mito y el comienzo del racionalismo occidental.
Más significativamente, creó una nueva forma de pensar sobre el universo. Central para ambos, el mundo antiguo del mito y el mundo moderno de la ciencia, es la idea del poder, fuerza, energía. Eso es lo que está significativamente ausente del Génesis 1. Dios dice, “Que sea”, y hay. No hay nada aquí sobre poder, resistencia, conquista o el juego de las fuerzas. En su lugar, la palabra clave de la narrativa, apareciendo siete veces, es absolutamente inesperada. Es la palabra tov, bueno.
Tov es una palabra moral. La Torah en Génesis 1 nos dice algo radical. La realidad a la que la Torah es una guía (la palabra “Torah” en sí misma significa “guía, instrucción, ley”) es moral y ética. La cuestión que el Génesis busca responder no es “¿Cómo fue que el universo llego a existir?” sino “¿Cómo entonces debemos vivir?” Este es el más significante cambio de paradigma de la Torah. El universo que hizo Dios y que nosotros habitamos no es sobre poder o dominio sino sobre tov y ra, bien y mal (1). Por primera vez, la religión fue especialista en ética. A Dios le importa la justicia, la compasión, la fidelidad, la generosidad amorosa, la dignidad del individuo y la santidad de la vida.
Este mismo principio, que en Génesis 1 es una polémica, parte de un argumento con un antecedente, es esencial para entender la idea que Dios creó a la humanidad “en Su imagen, y a su semejanza”. Este lenguaje no habría sido desconocido a los primeros lectores de la Torah. Era uno que todos conocían bien. Era un lugar común en las primeras civilizaciones, Mesopotamia y el antiguo Egipto. Ciertas personas, se decía, eran en la imagen de Dios. Eran los reyes de las ciudades-estado mesopotámicas y los faraones egipcios. Nada podría haber sido más radical que decir que no sólo reyes y gobernantes eran la imagen de Dios. Nosotros todos lo somos. Incluso hoy en día la idea es atrevida: cuánto más en una era de gobernantes absolutos con poderes absolutos.
Entendido de este modo, Génesis 1: 26-27 no es tanto una declaración metafísica sobre la naturaleza de la persona humana como una protesta política contra la propia base de la jerarquía, clase – o casta – basada en sociedades ya sea en tiempos antiguos o modernos. Eso es lo que hace que sea la idea más incendiaria de la Torah. En algún sentido fundamental nosotros todos somos iguales en dignidad y extremo valor, porque todos nosotros somos en la imagen de Dios sin importar el color, cultura o credo.
Una idea similar aparece después en la Torah, en relación al pueblo judío, cuando Dios los invitó a convertirse en un reino de sacerdotes y una nación santa. Todas las naciones en el mundo antiguo tenían sacerdotes, pero ninguna era un “reino de sacerdotes”. Todas las religiones tenían individuos santos pero ninguna reclamaba ser una nación en la que todos sus miembros fueran santos. Esto también tomó tiempo en materializarse. Durante la entera era bíblica hubo jerarquías. Había sacerdotes y sumos sacerdotes, una élite santa. Pero después de la destrucción del Segundo Templo, cada oración se convirtió en un sacrificio, cada líder de oración en un sacerdote, y cada sinagoga en un fragmento del Templo. Un profundo igualitarismo está trabajando justo bajo la superficie de la Torah, y los rabinos lo sabían y lo vivieron.
Una segunda idea esta contenida en la frase, “y tenga dominio sobre los peces en el océano y los pájaros en el cielo”. Notar que no hay sugerencia de que alguien tenga el derecho de tener dominio sobre cualquier otro ser humano. En El Paraíso Perdido, Milton, como el Midrash, declara que este fue el pecado de Nimrod, el primer gran gobernante de Asiria y por implicación el constructor de la Torre de Babel (ver Gen. 10: 8-11). Milton escribe que cuando Adán supo que Nimrod “Asumiría dominio inmerecido” él estaba horrorizado:
O hijo execrable, que así aspira
Por encima de sus Hermanos, asumiendo para sí mismo
Autoridad usurpada que no ha concedido Dios:
Sólo nos ha dado dominio absoluto sobre las bestias, los peces y las aves;
Dominio absoluto; ese derecho tenemos
Por su donación; excepto hombre sobre hombre
El no ha hecho al hombre señor; reservándose este título para sí,
Dejando a la humanidad libre de toda servidumbre humana. (El Paraíso Perdido, Libro XII: 64-71)
Cuestionar el derecho de los humanos a gobernar sobre otros humanos, sin su consentimiento, era en ese tiempo absolutamente impensable. Todas las sociedades avanzadas eran así. ¿Cómo podrían ellos ser de otra forma? ¿No era esta la propia estructura del universo? ¿No gobernaba el sol sobre el día? ¿No gobernaba la luna la noche? ¿No había en el cielo una jerarquía de los dioses? Ya implícito aquí está la profunda ambivalencia que la Torah ultimadamente demostraría hacia la propia institución del reinado, el gobierno del “hombre sobre el hombre”.
La tercera implicación está en la pura paradoja de Dios diciendo “Hagamos al hombre a nuestra imagen, y a nuestra semejanza”. Nosotros algunas veces olvidamos, cuando leemos estas palabras, que en el judaísmo Dios no tiene imagen o semejanza. Hacer una imagen de Dios es una transgresión al segundo de los Diez Mandamientos y ser culpable de idolatría. Moisés enfatizaba que en la revelación en Sinaí, “No viste semejanza, sólo escuchaste el sonido de palabras”.
Dios no tiene imagen porque Él no es físico. Él trasciende el universo físico porque Él lo creó. Entonces Él es libre, sin las restricciones de las leyes de la materia. Eso es lo que Dios quiere decir cuando él le dice a Moisés que Su nombre es “Yo seré lo que yo seré” y después cuando, después del pecado del becerro de oro, él le dice a Moisés, “Tendré misericordia sobre quien tendré misericordia”. Dios es libre, y haciéndonos a Su imagen, Él nos dio también el poder de ser libres.
Esto, como la Torah lo hace claro, fue el regalo más fatídico de Dios. Dada la libertad, los humanos la usan mal. Adán y Eva desobedecieron la orden de Dios. Caín mata a Abel. Para el final de la parsha nos encontramos en el mundo previo al Diluvio, lleno con violencia al punto donde Dios se arrepiente de que Él haya creado alguna vez a la humanidad. Este es el drama central del Tanakh y del judaísmo como un todo. ¿Alguna vez usaremos nuestra libertad para respetar el orden o la usaremos mal para crear el caos? ¿Alguna vez honraremos o deshonraremos la imagen de Dios que vive dentro del corazón y la mente humana?
No son sólo preguntas antiguas. Están tan vivas el día de hoy como siempre han estado en el pasado. La pregunta planteada por pensadores serios, desde que Nietzsche argumentó a favor de abandonar tanto a Dios como la ética judeo-cristiana, es ¿la justicia, los derechos humanos y la incondicional dignidad de la persona humana son capaces de sobrevivir sólo sobre bases seculares? Nietzsche mismo pensaba que no.
En 2008, el filósofo de Yale Nicholas Woltersdorff publicó un trabajo magistral argumentando que nuestro concepto occidental de justicia recae en la creencia que “todos nosotros tenemos un gran e igual valor: el valor de ser hechos a la imagen de Dios y de ser amados de forma redentora por Dios”. No hay, insiste, racionalidad secular en la que un marco similar de justicia pueda ser construido. Eso es seguramente lo que quiso decir John F. Kennedy en su inauguración cuando habló de “creencias revolucionarias por las que nuestros antepasados lucharon” que “los derechos del hombre vienen no de la generosidad del Estado, sino de la mano de Dios.”
Ideas momentáneas hicieron del Occidente lo que es: derechos humanos, la abolición de la esclavitud, el igual valor de todos, y justicia basada en el principio de que el derecho es soberano sobre el poder. Todos al final derivan de la declaración en el primer capítulo de la Torah de que fuimos hechos en la imagen y semejanza de Dios. Ningún otro texto ha tenido más grande influencia en el pensamiento moral, ni ha tenido otra civilización una visión tan elevada de lo que estamos llamados a ser.
[1] Lo que considero es el significado de la historia de Adán y Eva y el árbol del conocimiento debe esperar para otro momento. Mientras tanto, ver Maimónides, La Guía de los Perplejos, I:2