Traductor: Ana Barrera
Editor: Marcello Farias
El Heroísmo de Tamar
Vayeshev – 2014 / 5775
Rabino Sacks Vayeshev 5775 [PDF]
Esta es una historia verdadera que ocurrió en los 1970’s. Rabino Dr. Nahum Rabinovitch, entonces el Director del Jews College, el seminario de capacitación rabínica en Londres donde yo era un estudiante y maestro, fue contactado por una organización que había dado una oportunidad inusual de comprometer un diálogo inter-religioso. Un grupo de obispos africanos quería entender más sobre el judaísmo. ¿Estaba el Director dispuesto a enviar a sus estudiantes más avanzados a atender en un diálogo así, en un castillo en Suiza?
Para mi sorpresa, él estuvo de acuerdo. El rabino me dijo que era escéptico sobre el diálogo judío-cristiano en general porque él creía que a lo largo de los siglos la Iglesia había sido infectada por un anti-semitismo que era muy difícil de superar. En ese momento, el sentía que los cristianos africanos eran diferentes. Amaban las historias del Tanaj. Ellos estaban al menos en principio abiertos a entender el judaísmo en sus propios términos. El rabino no agregó, aunque yo lo sabía que estaba en su cabeza ya que él era uno de los más grandes expertos en Maimónides, que el gran sabio del siglo XII tenía una inusual actitud al diálogo.
Maimónides creía que el islam era genuinamente una fe monoteísta mientras que el cristianismo en esos días no lo era. Sin embargo, sostenía que era permitido estudiar el Tanaj con los cristianos pero no con los musulmanes, ya que los cristianos creían que el Tanaj (lo que ellos llamaban Viejo Testamento), era la palabra de Dios mientras que los musulmanes creían que los judíos habían falsificado el texto (1).
Entonces fuimos. Era un grupo inusual: la clase de semikhah del Jews College, juntos con la mejor clase de la yeshiva de Montreux donde el Rabino Yechiel Weinberg, autor de Seridei Esh y uno de los halajistas más importantes del mundo, había dado clases. Durante tres días el grupo judío oró y bendijo con especial intensidad. Aprendimos Gemara cada día. El resto del tiempo teníamos un inusual, incluso transformativo, encuentro con los obispos africanos, que terminando con un tisch de estilo jasídico durante el cual compartimos con los africanos nuestras canciones e historias y ellos nos enseñaron las de ellos. Y a las tres de la mañana terminamos de danzar juntos. Sabíamos que éramos diferentes, sabíamos que había profundas divisiones de nuestras respectivas fes, pero nos habíamos hecho amigos. Quizá eso era todo lo que deberíamos de buscar. Los amigos no tienen que estar de acuerdo para seguir siendo amigos. Y las amistades algunas veces pueden ayudar a sanar al mundo.
En la mañana después de nuestra llegada, sin embargo, ocurrió un evento que dejó una profunda impresión en mí. El organismo patrocinador, una organización mundial judía, que era una organización secular, y para mantener dentro de su marco de referencia al grupo tenía que incluir al menos un judío no-ortodoxo, una mujer estudiando para el rabinato. Nosotros, los estudiantes de la yeshiva y de la semikha, estábamos orando durante el servicio de la mañana en uno de los salones en el castillo cuando la mujer reformista entró, llevando tallit y tefilin, y se sentó en medio del grupo.
Esto es algo que los estudiantes no habían encontrado antes. ¿Qué debían hacer? No había mechitzah. Tampoco había forma de separarse. ¿Cómo debían reaccionar a una mujer llevando tallit y tefilin orando en el medio de un grupo de hombres? Corrieron al Rab en estado de gran agitación y le preguntaron qué debían hacer. Sin dudarlo por un momento el Rab les citó lo que decían los sabios: Una persona debe estar dispuesta a aventarse hacia un fuego furibundo en lugar de avergonzar a otra persona en público (2). Con eso les ordenó volver a sus lugares, y las oraciones continuaron.
La moral del momento nunca me dejó. El Rab, por los pasados 32 años cabeza de la yeshiva de Maaleh Adumim, era y es uno de los más grandes halajistas de nuestro tiempo. Él supo inmediatamente qué tan serio era el asunto en juego: hombres y mujeres orando juntos sin mechitzha entre ellos, y la compleja cuestión sobre si las mujeres pueden o no usar un tallit y tefilin. El asunto era cualquier cosa, menos simple.
Pero él sabía también que la halajá es una forma sistemática de convertirse en las grandes verdades éticas y espirituales en un tapiz de hechos, y que uno no debe perder la visión más grande con la excusa de fijarse en los detalles. Si los estudiantes hubieran insistido en que la mujer orara en otro sitio ellos tendrían que avergonzarla, la forma que Eli hizo cuando pensó que Hannah estaba ebria al verla orar (3). Nunca, jamás avergüences a alguien en público. Ese era el imperativo trascendente de la hora. Esa es la marca de un hombre de gran alma. Haber sido su estudiante por más de una década, lo cuento como uno de los más grandes privilegios de mi vida.
La razón por la que cuento esta historia aquí es que es una de las lecciones más poderosas e inesperadas de nuestra parsha. Judah, el hermano que propuso vender a José a la esclavitud (Gen. 37:26), había “ido abajo hacia” Canaan donde se casó con una mujer local. La frase “ido hacia abajo” fue justamente tomada por los sabios como un significado de lleno (4). Justo mientras José había sido llevado al bajo Egipto (Gen. 39:1) entonces Judah había sido moral y espiritualmente llevado hacia abajo. Aquí estaba uno de los hijos de Jacob, haciendo lo que los patriarcas insistieron en no hacer: casarse con la población local. Es un cuento de triste declino.
Casa a su primer hijo, Er, a una mujer local, Tamar (5). Un verso oscuro nos dice que él pecó, y murió. Judah entonces casó a su segundo hijo, Onan, con Tamar, bajo la forma pre-mosáica de matrimonio levirato donde un hermano está atado a casarse con su cuñada en caso que ella haya enviudado sin hijos. Onan, reacio a ser el padre de un hijo que sería recordado no como suyo sino de su hermano difunto, practicó una forma de coitus interruptus que hasta este día lleva su nombre. Por esto, él también murió. Habiendo perdido a dos de sus hijos Judah estaba reacio a darle a su tercer hijo, Shelah en matrimonio a Tamar. El resultado fue que ella se sintió como una “viuda viviente”, atada a casarse con su cuñado a quien Judah estaba reteniendo, pero sin poderse casar con alguien más.
Después de muchos años, viendo que su suegro (para este momento un viudo él mismo) estaba reacio a casarla con Shelah, ella decide una curso de accionar muy audaz. Se quitó las ropas de viuda y se cubrió a ella misma con un velo, se posicionó en un punto en donde Judah pudiera verla en su camino a la esquila de ovejas. Judah la vio, la tomó por prostituta, y contrató sus servicios. Como garantía del pago que prometió a la mujer, ella insistió en que dejara su sello, cordón y báculo. Judah debidamente volvió al día siguiente con el pago, pero la mujer no se veía por ninguna parte. Preguntó a los locales dónde estaba la prostituta del templo (el texto en este punto usa la palabra kedeshah, “prostituta culta”, en lugar de zonah, profundizando así la ofensa de Judah), pero nadie había visto a tal persona en la localidad. Confundido, Judah regresa a su casa.
Tres meses después escuchó que Tamar estaba embarazada. Él saltó a la única conclusión a la que podía llegar, a saber que ella había tenido una relación física con otro hombre mientras estaba atada por la ley a su hijo Shelah. Ella había cometido adulterio, por el que el castigo era la muerte. Tamar fue llamada a afrontar su sentencia. Ella llegó, sosteniendo el báculo y el sello que Judah reconoció instantáneamente como propio. Ella dijo, “Estoy embarazada de la persona a la que pertenecen estos objetos”. Judah se dio cuenta lo que había pasado y dijo, “Ella es más justa de lo que soy yo”. (Gen. 38:26).
Este momento es un punto de inflexión en la historia. Judah es la primera persona en la Torah que explícitamente admite que está mal (6). No nos damos cuenta aún, pero esto parece ser el momento en el que adquirió la profundidad de carácter necesario para convertirse en el primer baal teshuvah real. Vemos esto años después, cuando Judah – el hombre que propuso vender a José como esclavo – se convierte en el hombre que está dispuesto a pasar el resto de su vida en la esclavitud para que su hermano Benjamín pueda quedar libre (Gen. 44:33). He argumentado en otro lugar que es de aquí que aprendemos el principio de que un penitente está más arriba que incluso individuos perfectamente justos (7). Judah el penitente se convierte en el ancestro de los reyes de Israel mientras José, el justo, es simplemente un virrey, mishneh le melekh, segundo del rey.
Hasta ahora Judah. Pero la héroe real de la historia fue Tamar. Ella había tomado un inmenso riesgo en quedar embarazada. Sin duda ella casi es asesinada por eso. Ella lo había hecho por una razón noble: asegurar que el nombre de su esposo muerto perdurara. Pero no se preocupó menos de evitar que Judah fuera avergonzado. Solo él y ella sabían lo que había pasado. Judah pudo reconocer su error sin perder la cara. Es de este episodio que los sabios derivaron la regla articulada por Rabino Rabinovitch esa mañana en Suiza: en su lugar toma el riesgo de ser aventado a un fuego furibundo antes de avergonzar a alguien en público.
No es entonces coincidencia que Tamar, una heroica mujer no-judía, se convirtió en el ancestro de David, el más grande rey de Israel. Hay sorprendentes similitudes entre Tamar y otra mujer heroica ancestro de David, la mujer moabita que conocemos como Ruth.
Hay una antigua costumbre judía en Shabat y en las fiestas de cubrir las jalot o matzah mientras se sostiene el vaso de vino sobre el que se está haciendo el Kidush. La razón es para no poner a la jalá en vergüenza mientras está siendo como si fuera pasada por encima a favor del vino. Hay algunos judíos muy religiosos, tristemente, que se esfuerzan mucho por no avergonzar a un pan inanimado, pero no tienen ningún remordimiento en poner a otros judíos en vergüenza si los consideran menos religiosos que ellos. Esto es lo que pasa cuando recordamos la halajá pero olvidamos el principio moral subyacente detrás de él.
Nunca pongas a nadie en vergüenza. Eso es lo que Tamar le enseñó a Judah y lo que un gran rabino de nuestro tiempo enseñó a quienes tuvimos el privilegio de ser sus estudiantes.
(1) Maimonides, Responsa, ed. Blau, no. 149.
(2) Berakhot 43b, Ketubot 67b.
(3) 1 Samuel 1: 13-17.
(4) Gen 38: 1. De acuerdo a la tradición midráshica (Midrash Aggadah, Pesikta Zutreta, Sechel Tov et al.), Judah fue “enviado abajo” o excomulgado por sus hermanos por aconsejarles vender a José, después de la angustia que vieron a su padre sufrir. También ver Rashi ad loc.
(5) Targum Yonatan la identifica como la hija del Shem el hijo de Noé. Otros la identifican como hija de Malkizedek, contemporáneo de Abraham. La verdad es, que ella aparece en la narrativa sin linaje, un mecanismo usado comúnmente por la Torah para enfatizar la grandeza moral que puede ser encontrada entre personas ordinarias. Esto no tiene nada que ver con los ancestros. Ver Alshikh ad loc.
(6) El texto aquí está lleno de alusiones verbales. Judah se ha “ido abajo” justo como José ha sido “llevado abajo”. José está a punto de subir la grandeza política. Judah eventualmente subirá a la grandeza moral. El engaño de Tamar a Judah es similar al engaño de Judah a Jacob. Ambos involucran ropas: la túnica de José manchada de sangre, el velo de Tamar. Ambos alcanzan el clímax con las palabras Haker na, “Por favor examina”. Judah fuerza a Jacob a creer una mentira. Tamar fuerza a Judah a reconocer la verdad.
(7) Berakhot 34b. Jonathan Sacks, Pacto y Conversasión Génesis: El libro de los inicios, 303-314.