Comentario del Rabino Jonathan Sacks, traducido del ingles por Ana Barrera.
Editor: Marcello Farias
Teruma 5774 – El hogar que construimos juntos
La secuencia de parshiyot, Terumah, Tetzaveh, Ki Tissa, Vayakhel y Pekudei, es misteriosa en muchos sentidos. Primero, delinea la construcción del Tabernáculo, la casa portable para el culto de los israelitas construido y llevado con ellos a través del desierto, en exhausto y exhaustivo detalle. La narrativa toma casi todo el último tercio del libro del Éxodo. ¿Por qué tanto? ¿Por qué en tal detalle? El Tabernáculo era, después de todo, solo un hogar temporal de la Divina presencia, eventualmente sustituida por el Templo en Jerusalén.
Además, ¿por qué está la elaboración del Mishkan en el libro del Éxodo? Su lugar natural parece estar en el libro de Vayikra, Levítico, el cual es abrumadoramente devoto a una cuenta del servicio del Mishkan y los sacrificios que deben ser ofrecidos ahí. El libro del Éxodo, por contraste, puede ser subtitulado, “el nacimiento de una nación”. Es sobre la transición de los israelitas de una familia a un pueblo y su viaje de la esclavitud a la libertad. Se eleva a su clímax con el pacto hecho entre Dios y el pueblo en el Monte Sinaí. ¿Qué tiene que ver el Tabernáculo con esto? Parece una extraña forma de terminar el libro.
La respuesta, me parece a mí, es profunda. Primero, recordemos la historia de los israelitas hasta ahora. Ha sido una larga serie de quejas. Se quejaron cuando la primera intervención de Moisés hizo que su situación empeorara. Entonces, en el Mar Rojo, dijeron a Moisés, “¿Fue porque no había tumbas en Egipto que nos has traído a morir en el desierto? ¿Qué has hecho al sacarnos de Egipto? ¿No te dijimos en Egipto ‘Déjanos solos; déjanos servir a los egipcios’? ¡Hubiera sido mejor servir a los egipcios que morir en el desierto! (Ex. 14: 11-12)
Después de cruzar el mar continuaron quejándose, primero sobre la falta de agua, después porque el agua estaba amarga, después por la falta de alimento, después sobre la falta de agua otra vez. Entonces, a pocas semanas de la revelación en el Sinaí – el único momento en la historia que Dios se apareció a una nación completa – hacen un becerro de oro. Si una secuencia de milagros sin precedentes no puede llevar a una respuesta madura por parte del pueblo, ¿qué lo hará?
Es entonces que Dios dice: Que construyan algo todos juntos. Ese simple mandamiento transformó a los israelitas. Durante la construcción del tabernáculo no hubo quejas. El pueblo contribuyó, algunos con oro, algunos con plata, algunos con bronce, algunos trajeron pieles y vestiduras, otros dieron su tiempo y habilidad. Dieron tanto que Moisés tenía que ordenarles que pararan. Una notable proposición se enmarca: No es lo que Dios hace por nosotros lo que nos transforma. Es lo que nosotros hacemos por Dios.
Hasta ahora cada crisis se lidió por Moisés y milagros, los israelitas se quedaban en un estado de dependencia. Su respuesta por default era quejarse. Para que ellos crecieran a la adultez y responsabilidad, tenía que haber una transición de receptores pasivos de las bendiciones de Dios a creadores activos. El pueblo tenía que convertirse en los “socios en el trabajo de la creación” de Dios (1). Eso, creo yo, es lo que los sabios quisieron decir cuando dijeron, “No los llames ‘tus hijos’ sino ‘tus constructores’” (2). El pueblo tenía que convertirse en constructor si es que iba a crecer de la niñez a la adultez.
El judaísmo es el llamado de Dios a la responsabilidad. Él no quiere que nosotros dependamos de milagros. Él quiere que nos convirtamos en Sus socios, reconociendo que lo que tenemos, lo tenemos por Él, pero lo que nosotros hacemos de lo que nosotros tenemos depende de nosotros, de nuestras opciones y nuestros esfuerzos. Es igualmente sencillo en la dirección opuesta resbalar al error de decir “Mi poder y la fuerza de mis manos han producido esta riqueza para mí” (Deut. 8:17). La visión judía de la condición humana es la que todo lo que logremos se debe a nuestros propios esfuerzos, pero igualmente y esencialmente el resultado de la bendición de Dios.
La construcción del Tabernáculo fue el primer gran proyecto que los israelitas tomaron juntos. Requería su generosidad y habilidad. Les dio la oportunidad de regresar a Dios un poquito de lo que Él les había dado. Confirió sobre ellos la dignidad del trabajo y el esfuerzo. Los trajo más cerca de su nacimiento como nación y simbolizó el reto del futuro. La sociedad que ellos estaban llamados a crear en la tierra de Israel sería una en la que cada uno jugaría su parte. Se convertiría – en la frase que usé en el título de uno de mis libros – “el hogar que construimos juntos”.
Desde esto vemos que uno de los más grandes retos de liderazgo es darle al pueblo la oportunidad de dar, de contribuir, de participar. Eso requiere de un dominio de sí mismo, tzimtzum, por parte del líder, creando un espacio para que otros lideren. Como dice el dicho: “Cuando hay un buen líder, la gente dice: El líder lo hizo. Cuando hay un gran líder, la gente dice: Lo hicimos nosotros”. (3)
Esto nos lleva a la distinción fundamental en política entre Estado y Sociedad. El estado representa lo hecho para nosotros por la maquinaria del gobierno, a través de la instrumentación de leyes, cortes, impuestos y gasto público. Sociedad es lo que nosotros hacemos unos por otros a través de comunidades, asociaciones voluntarias, caridad y organizaciones de bienestar. El judaísmo, creo yo, ha marcado preferencia por una sociedad más que por un estado, precisamente porque reconoce – esto es el tema central en el libro de Éxodo – que es lo que nosotros hacemos por otros, no lo que otros hacen o lo que hace Dios por nosotros, lo que nos transforma. La fórmula judía, creo yo, es: estado pequeño, gran sociedad.
La persona que ha tenido la visión más profunda sobre la naturaleza de la sociedad democrática fue Alexis de Tocqueville. Visitando los Estados Unidos en los 1830s el vio que su fortaleza estaba en lo que llamó el “arte de la asociación”, la tendencia de los norteamericanos de reunirse en comunidades y grupos de voluntarios para ayudarse los unos a los otros, más que dejarle la tarea a un gobierno centralizado. Si fuera de otro modo, si fueran los individuos dependientes completamente del estado, entonces la libertad democrática estaría en riesgo.
En uno de los pasajes más obsesionantes de su obra maestra, Democracia en América, él dice que las democracias están en riesgo de una forma completamente nueva de opresión de la que no hay precedente en el pasado. Sucederá, dice, cuando el pueblo exista solamente en y para ellos mismos, dejando la búsqueda del bien común al gobierno. Así es como sería la vida:
Sobre esta raza de hombres está un poder inmenso y tutelar, que toma solo sobre sí mismo la seguridad de sus gratificaciones y ver sobre su destino. Ese poder es absoluto, minucioso, regular, providente y templado. Sería como la autoridad de un padre si, como esa autoridad, su objeto fuera preparar hombres para la adultez; pero busca, por el contrario, mantenerlos en la infancia perpetua: es así que el contenido es que el pueblo debe regocijarse, que piense sólo en el regocijo. Porque para su felicidad tal gobierno voluntariosamente trabaja, pero elige ser el único agente y el único árbitro de esa felicidad; provee para su seguridad, prevé y suministra sus necesidades, facilita sus placeres, maneja sus preocupaciones principales, dirige su industria, regula el descenso de la propiedad, y subdivide sus herencias: Que queda, más que evitar toda preocupación de pensar y todo el problema de vivir? (4)
Tocqueville escribió estas palabras en los 1830s, y ahí está un riesgo que es en lo que algunas sociedades europeas se están convirtiendo el día de hoy: todo estado, no sociedad; todo gobierno, poca o nula comunidad (5). Tocqueville no era un escritor religioso. El no hace ninguna referencia a la Biblia Hebrea. Pero el miedo que él tiene es precisamente lo que el libro del Éxodo documenta. Cuando un poder central – incluso cuando ese es Dios Mismo – hace todo en nombre del pueblo, el pueblo queda en un estado de desarrollo detenido. Se quejan en lugar de actuar. Caen fácilmente en la desesperación. Cuando el líder, en este caso Moisés, está ausente, hacen cosas tontas, nada más que hacer un becerro de oro.
Solo hay una solución: hacer que el pueblo sea co-arquitecto de su propio destino, para hacerlos construir algo juntos, formarlos en un equipo y enseñarles que no están indefensos, que son responsables y capaces de una acción colaborativa. El Génesis empieza con Dios creando el universo como hogar para los seres humanos. El Éxodo termina con los seres humanos creando el Mishkan, como ‘hogar’ para Dios.
De ahí el principio básico del judaísmo, que somos llamados a convertirnos en co-creadores con Dios. Y entonces también el corolario: que los líderes no hacen el trabajo en nombre del pueblo. Enseñan al pueblo cómo hacer el trabajo ellos mismos. No es lo que Dios hace por nosotros sino lo que nosotros hacemos por Dios lo que nos permite alcanzar dignidad y responsabilidad.
(1) Shabbat 10a
(2) Berakhot 64a
(3) Atribuído a Lao-Tsu
(4) Alexis De Tocqueville, Democracy in America, condensado y con una introducción de Thomas Bender, The Modern Library, New York, 1981, 584.
(5) Esto no es para implicar que no hay un rol para los gobiernos; que todo se debería dejar a asociaciones voluntarias. Lejos de esto. Hay cosas – desde el estado de derecho a la defensa del reino a la aplicación de estándares éticos y la creación de una distribución equitativa de los bienes necesaria para una existencia digna – eso sólo los gobiernos lo pueden lograr. El tema es balance.